Hace un tiempo tuve el privilegio de retratar a un gran artista de mi país, Chile, aquí en Barcelona, donde actualmente resido. Me refiero al actor Roberto Poblete, una figura emblemática de innumerables producciones que han acompañado a los chilenos a lo largo de los años. Su trayectoria es tan vasta que necesitaría páginas enteras para narrarla.
Lo que quiero compartir ahora es la historia de esta sesión. Días antes, mi amiga Constanza Blanco Jessen me comentó que estaba organizando la llegada de Roberto Poblete a Barcelona para interpretar una obra que habían estado planeando durante un tiempo, y me sugirió que sería genial hacerle un retrato. Acepté de inmediato, pues sabía que este personaje me ofrecería imágenes poderosas y valiosas, algo que resultó ser más que cierto. Pocas veces fotografío hombres, ya que mi búsqueda estética se inclina más hacia lo femenino, pero la potencia de la imagen de Roberto y su presencia hacían que valiera la pena explorar ese reto.
El tiempo era limitado, ya que su vuelo de regreso salía a la madrugada del día siguiente. Roberto llegó al estudio acompañado de Constanza, y desde el primer momento, todo fue una conversación fluida, como si fuéramos amigos de toda la vida. A pesar de haber estado días actuando y socializando en Barcelona, su energía era inagotable. La sesión comenzó con luces suaves, pensadas inicialmente para capturar su personaje en la obra Galileo Galilei, pero rápidamente se transformó en algo más personal.
Al final, el retrato no solo reflejaba al actor, sino también una faceta más íntima de su personalidad. Roberto es una persona amable, alegre y sorprendentemente sencilla, a pesar de la fama que lo precede. Sin embargo, yo quería ver más allá, adentrarme en lo que se oculta en el interior de alguien que ha vivido tantas experiencias. Y vaya que las ha vivido. Por eso elegí luces duras y sombras marcadas, porque al final, las sombras cuentan más que las luces.
Su cabello blanco, reflejo de años de vivencias, y sus ojos, fijos en el observador pero sin dejarse ver, crean una tensión sutil: observa, pero no se deja ver. Hay una conexión sincera, pero al mismo tiempo guarda un secreto, un misterio que le da poder.
Debo admitir que esta es una de mis fotos favoritas de los últimos tiempos, y lo que más me sorprende es que se logró en tan solo una hora de conversación. Al finalizar la sesión, nos dirigimos a un local de tapas en el Gótico para celebrar y despedir a este gran personaje. Al final de la noche, se despidió de mí con un abrazo como el de dos viejos amigos, de edades similares, que saben que se volverán a encontrar en algún otro momento o en otra dimensión.
Gracias, Don Roberto, por sus imágenes.
BRVJO

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