Un día en Barcelona, coincidió que Charlotte, mi amiga y modelo inglesa con la que había trabajado antes, estaba de paso por la ciudad. No perdí la oportunidad de llamarla, y también contacté a Ortiga para hacer una sesión improvisada en el gótico. Me acompañaba la nueva Nikon ZF, una cámara que venía esperando poner a prueba en serio, y sabía que el gótico, con sus sombras y luces difíciles, sería el lugar ideal para ver de qué era capaz.
Empezamos a caminar sin mucha planificación, explorando los rincones más oscuros y laberínticos del barrio. Charlotte y Ortiga, con sus estilos contrastantes, parecían moverse casi en silencio, como dos personajes en una película de misterio, cruzándose en cada esquina, intercambiando miradas. Mientras disparaba, me vino a la mente esa sensación de estar capturando algo casi cinematográfico, como si fueran las hermanas de El resplandor, apareciendo y desapareciendo en cada calle estrecha.
El blanco y negro realzaba esos momentos con la textura y el dramatismo que tanto busco: sombras profundas, contrastes marcados y esa mezcla de belleza femenina con algo de dureza que suelo intentar plasmar. La Nikon ZF respondía increíblemente bien, capturando detalles en las sombras sin perder nitidez y haciendo que cada foto se sintiera casi como una escena de un sueño o de otra época.
Al final del paseo, con la luz ya menguando, revisé las fotos en la pantalla y supe que había capturado justo lo que quería: imágenes llenas de misterio, de esa estética única que solo se encuentra en el gótico y en modelos como Charlotte y Ortiga, que parecen encajar naturalmente en esos entornos. Volví a casa sintiéndome satisfecho y con la certeza de que había logrado algo especial, una serie de fotos que no solo mostraban el lugar y el momento, sino que también capturaban ese toque de magia que aparece cuando todo encaja.
BRVJO